domingo, 17 de julio de 2011

La ley argentina de matrimonio igualitario inspira a la región

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Cada vez más son más las parejas del mismo sexo que pudieron casarse en el país gracias a la aprobación, el 15 de julio pasado, de la Ley 26.618, que reglamenta el matrimonio igualitario, suman casi el número de España, uno de los pioneros, en su primer año. La ley puso a la Argentina como espejo de la región: Brasil aprobó esta semana dos casamientos por vía judicial y ya tiene proyecto; en Uruguay, el Frente Amplio presentó uno y en Chile y Colombia ven las posibilidades. Nueva York también tiene ley. Hablan los protagonistas, públicos y anónimos.

El 14 de julio de 2010 amaneció frío y húmedo. Pero las inclemencias climáticas poco importaron a los ciudadanos y ciudadanas impacientes ante el día largo y difícil que venía por delante: el Senado iba a debatir la ley que planteaba modificar el Código Civil para permitir que las personas de un mismo sexo pudieran acceder al matrimonio, un derecho hasta entonces sólo reservado para un hombre y una mujer. Era ambicioso, pero no imposible. En el mismo día en el que se celebra la libertad, la igualdad y la fraternidad, Argentina podía convertirse en el primer país latinoamericano –y décimo en el mundo– en demostrar que es cierto aquello de que todos somos iguales ante la ley.


Dentro del recinto no hacía frío. Todo lo contrario: el debate fue acalorado, especialmente durante el contrapunto que protagonizaron los senadores Miguel Angel Pichetto y Liliana Negre de Alonso. Afuera, en el frío polar, personalidades y activistas de las organizaciones gay, pero también cientos de hombres y mujeres, esperaban la votación final como si se tratase de una final del mundo. Pasadas las tres de la madrugada, se leyó el resultado: 33 votos a favor, 27 en contra, tres abstenciones. La ley de Matrimonio Igualitario era una realidad.



La Plaza de los Dos Congresos estalló, pero también miles de voces, expectantes frente al televisor. Algo –mucho– acababa de cambiar. “Grité de alegría, salí rápido y crucé a la plaza. Besos, abrazos, llantos. Muchísima gente que me agradecía y decía que le habíamos cambiado la vida. Sentí que era verdad: era una ley que no le quitaba derechos a nadie, sólo ampliaba la ciudadanía y reconocía derechos a quienes estaban excluidos de ellos por su orientación sexual. Era una ley que sólo sumaba, no restaba a nadie. Era una ley para festejar”, rememora ante PERFIL, casi un año después y desde Uruguay –donde el pasado martes 28, Día Internacional del Orgullo Gay, fue a hablar del caso argentino–, la diputada kirchnerista Vilma Ibarra, coautora, junto a la socialista Silvia Augsburger, del proyecto que había nacido como una utopía y que, aquella fría madrugada del 15 de julio, se había convertido en realidad.



Una institución en vigencia. A casi 365 días de la sanción de la Ley 26.618, los números hablan por sí solos: al 24 de junio de este año, se celebraron 2.533 casamientos entre personas de un mismo sexo –60% de las parejas son hombres, 40% mujeres– en cada una de las 23 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Esto echa por tierra uno de los argumentos en contra esgrimidos durante el debate, donde se decía que ésta era una medida sólo apta para ‘los puertos’: Buenos Aires, Mar del Plata, Rosario”, enfatiza Esteban Paulón, presidente de la Federación Argentina LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans), uno de los primeros organismos que se animó a soñar, en 2005 –con España como ejemplo–, con una ley igualitaria. “Con las realidades de cada lugar, todos los territorios nacionales ya han tenido su primera boda gay”, dice. En Buenos Aires –que concentra 1.600 enlaces entre la provincia y la Ciudad– o los grandes centros urbanos, “es más fácil dar el paso. Y en otros lugares, se espera con expectativa a ver quién es el primero que se anima. Pero la mayoría de las historias que escuchamos son de una respuesta positiva a nivel social. No bien se aprobó la ley, hubo algunos casos de funcionarios –en Córdoba, Santa Fe, La Pampa– que dijeron que no celebrarían las bodas, y los gobiernos locales intervinieron rápidamente: no cabía en esto la objeción de conciencia, y se caía en incumplimiento de deberes. En Santa Fe, a esa misma funcionaria, le tocó luego celebrar el primer matrimonio”, recuerda el activista.

“Nos casamos en Cañuelas, de donde es mi marido. Fuimos los primeros, y se generó una pequeña revolución”, cuenta a PERFIL Emmanuel Rodríguez, casado desde enero de este año con Mauro Taboada. Sin pasado activista –tienen sólo 22 y 23 años–, la pareja decidió casarse a lo grande, y la ciudad bonaerense se lo devolvió con creces: fueron desde Buenos Aires en limusina –un regalo de los compañeros de trabajo–, llegaron al registro civil por la calle principal, cortada para la ocasión, y hasta el intendente participó del enlace. “Salimos en el diario, la gente se sacaba fotos con nosotros”, se ríen. Verdaderas celebridades.

Con todo, las cifras –que, estiman, serán cerca de 3 mil el día del aniversario– son “las esperadas dentro de lo que sucede en el resto del mundo cuando la ley se aprueba: en España, en seis años, llevan 20 mil enlaces; unos 3 mil por año”, detalla el presidente de la Falgbt.



Triunfo social. Con la Iglesia y algunos sectores conservadores dando batalla en contra, ¿qué es lo que realmente posibilitó la sanción de una ley que pone al país como foco del resto de la región? Todas las voces –públicas y anónimas– coinciden: el consenso social. “El debate se dio en todos lados: las escuelas, las casas, las universidades, los medios; y permitió visibilizar una realidad que permanecía oculta, además de los efectos de la discriminación”, dice Vilma Ibarra. Para Paulón, fue clave “el trabajo que fuimos haciendo las organizaciones, en conjunto, y la priorización del tema en la agenda de todos los medios, sin excepción. Al principio nos sentíamos kamikazes, pero siempre dijimos: ‘Esto se puede, vamos para adelante’”. Para Bruno Bimbi, periodista, ex secretario de prensa de la Falgbt y autor de Matrimonio igualitario, el libro que recrea el camino hasta la ley, “al principio, los demás creían que estábamos locos, o que no teníamos noción de la realidad. Pero la claridad de la consigna –‘Los mismos derechos con el mismo nombre’– hizo su recorrido”.

“Los medios se mostraron a favor de la ley, incluso los más conservadores: los más reaccionarios fueron algunos de los foristas que comentaban las notas”, aportan Pablo del Valle y Sebastián Dias Peixoto, casados desde el 5 de marzo. Para la pareja, la aceptación de su familia y su entorno resulta natural, pero la sanción de la ley les resultó una feliz sorpresa: “La idea de casarnos rondaba nuestra cabeza, pero hasta para nosotros parecía increíble que se sancionara la ley”, recuerdan. “La unión civil no nos convencía: sentíamos que era ‘validar’ una situación que nos colocaba de antemano en una posición de desigualdad frente a los demás.” Afirman que, en la Argentina actual, “hay gente que padece la discriminación mucho más que los gays, y lo importante de esta medida es que sirva como ejemplo para avanzar en el resto”. Ibarra completa: “Creo que la mayoría de la gente valora la ley positivamente: todos hemos ganado, nadie le impone a nadie una fórmula ideal de familia, y la ley recoge esta diversidad y la trata con igualdad. Simbólicamente, los efectos son muy fuertes”. Esos mismos efectos parecen estar llegando a otros países de Latinoamérica.



Argentina como espejo. Abrir camino. Esa parece ser la función que tiene la ley nacional frente a un escenario regional variopinto. Con el Distrito Federal mexicano como único sosias –según Paulón, en el resto del país azteca falta tiempo para convertirse en ley nacional–, el matrimonio igualitario está tomando forma en Uruguay y en Brasil (ver recuadro), y se abre camino, al menos en alguna forma de movilización y debate, en países como Colombia o Chile, donde el senador Andrés Allamand ya presentó un proyecto de Acuerdo de Vida Común, con efectos de unión civil; y la última Marcha del Orgullo Gay reunió casi a 80 mil personas en el centro de Santiago, pero el consenso social y el interés de los medios parecieran ser más difíciles de suscitar que aquí. Un poco más falta en Paraguay, Bolivia y Perú; y en otras regiones del continente, como Centroamérica, todavía se están viviendo realidades de crímenes, de odio o persecución. Más al Norte, en Estados Unidos, las cosas también parecen cambiar: el viernes 24, el estado de Nueva York aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, sumándose a Massachusetts, Connecticut, Iowa, New Hampshire, Washington y Vermont.

En Uruguay, el Frente Amplio y el colectivo Ovejas Negras presentaron el proyecto esta semana. “Ya hay unión civil y adopción conjunta, pero quieren dar el debate por el matrimonio porque la misma institución debe abarcar a todas las personas”, dice Ibarra. Para Paulón, “antes de fin de año, estará sancionada”. En otros países, el camino parece ir más por la vía de la Justicia: “En Colombia, en los últimos cinco años, hubo fallos puntuales por distintos derechos. Ahora hay un caso de matrimonio”, aclara Bimbi.

Como sea, la ley argentina pareciera “ser el principio del fin de la discriminación”, según dicen Claudia Vega y Laura Proassi, casadas en Mar del Plata. “La clave está en la formación: dentro de algunos años, las nuevas generaciones, entre ellos los que vinieron a nuestra boda, dirán: ‘¿Qué? ¿Antes no les permitían casarse a dos mujeres o a dos hombres? ¡Qué antigüedad! Será como cuando no había voto femenino”, ríen. El 14, ellas y otros miles celebrarán que hoy son iguales ante la ley.

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